Pienso en las plataformas de autoedición de libros. ¡Qué buena idea, no? ¡Una plataforma donde tú mismo te puedes publicar lo que quieras, sin pasar por el trámite de que un editor lea tu borrador y pueda rechazártelo! Además... qué osadía, rechazar MI borrador, escrito desde el corazón, tal y como me salían las palabras. ¡Merece estar en todas las librerías!
Pero es que olvidas una cosa: y es que la labor del editor, un profesional de la publicación, está precisamente para filtrar la mierda que nunca debería llegar a las librerías. Has creído que porque puedes, estás obligado a dar a conocer tu libro a todo el mundo. Y has construido tu talento sobre humo. Humo digital.
Es igual que en Facebook y Twitter. Uno puede publicar cualquier cosa, incluso citar a cualquier persona, famosa o anónima, para hacerle llegar su valiosísimo comentario, crítica, adulación o, directamente, mierda. "Tuiteo porque puedo. Mi muro es mío y publico lo que me da la gana". Es el peligro de confundir libertad de expresión con libertinaje expresal, un concepto acuñado por el filósofo y poeta urbano Frank T. Pensamos que nuestra opinión es valiosa solo por el mero hecho de poder expresarla. Y así no. Si no filtramos nuestras opiniones por el sentido común, por un mínimo de criterio, es como si escupiéramos al monitor.
Efectivamente, internet se ha convertido en una herramienta para difundir imbecilidad. Nos basta que algo esté en Google (si es que nos molestamos en buscar) para darlo por hecho. "Te dije que se encontró un alienígena en Siberia. Mira, aquí lo busco en Google. ¿Ves? Aquí está: un alienígena en siberia. Mira las fotos. ¿Te convences ahora?" Y si alguien se tomase la molestia de tratar de verificar un hecho, posiblemente acabaría en un callejón sin salida, donde el origen de esa fuente se repite en un bucle de copy-paste mortal que aparece en varios sitios simultáneamente. ¿Quién fue primero, la mentira o el memo?
Decía Tommy Lee Jones en "Men in Black": "El individuo es listo, pero la masa es idiota, [...]". Era una de mis frases-bandera, que plantaba en todas las conversaiones y que me hacía confiar en el criterio de las personas. Pero claro, esa película es de 1997, y después de todo este tiempo ya ni siquiera creo que el individuo sea listo. El individuo ya no tiene criterio, ni la mínima curiosidad por corroborar un dato que ha leído y que está a punto de compartir en su muro. Para el individuo-masa, la verdad o el rigor ya no tienen valor. Es más valioso el trofeo de "cuantos más likes mejor" o darse a su público, sus amigos que jalean como monos con platillos a los que les han dado cuerda.
Sabemos leer, aunque solo nos quedamos con la primera frase (no vaya a ser que tanta letra negra nos empañe los ojos), y no analizamos, no entendemos lo que leemos. Nos basta que esté en internet, o que lo haya compartido un amigo para creerlo. Y más, si viene acompañado de una foto bonita, una cita célebre asociada, o un origen místico, imposible de comprobar. Todo conduce al ego de otra persona, a la que regalamos nuestra energía, y apuntalamos sus sueños con nuestra estupidez mientras está vendiendo libros en su sillón, probablemente sin ni siquiera pasar por una plataforma de autoedición, porque no lo necesita. Nosotros, nuestros likes, nuestros shares, nuestros suscribes, somos esos editores que validamos su borrador como monos con platillos. Es el nuevo humo digital, la imbecilidad del siglo XXI.