Hoy ha fallecido el escritor mexicano José Emilio Pacheco. Pocos autores me han dado tanto, incluyendo aquel libro que me dedicó, en la amistad. Con él se marcha un trozo de mí. Gracias, maestro.
lunes, 27 de enero de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
Desconectado aquel
Hace unos días tuve un encuentro en la escalera del edificio con mi vecina, una joven madre primeriza. Cambiamos un par de frases y nuestros números de teléfono. Ya por la calle, estando yo a otra cosa, tuvimos una considerablemente larga charla de cortesía por whatsapp. Al rato de despedirnos, me di cuenta de que habíamos hablado más por mensajería que cara a cara.
Esto trae a mi mente una reflexión que hizo otro amigo poco después: "¿No sería bonito volver a a época en que no existían estos móviles de ahora, sin estar tan permanentemente comunicados, y volver a tener que llamar a un teléfono fijo para hablar con alguien?"
A veces echo de menos esa época yo también. Y no solo yo. Hace unos tres años, salió un spot tailandés (¡nada menos!) que irónicamente se extendió como la pólvora por las redes. El anuncio nos animaba a desviar nuestra permanente atención del móvil a la gente que nos rodea en cada momento. Creo recordar que ese fue la primera señal de aviso de lo que hoy parece estar cuajando.
En todo este tiempo, ha habido un montón de artículos y vídeos que han apoyado esta idea: el retorno a lo natural. Sucede igual, por ejemplo, con las famosas campañas de Dove, donde se busca llegar al público femenino sin artificios sexistas, un concepto que este videoclip ha colocado en la categoría de pop. Incluso el comportamiento de la sociedad moderna, que genera mofa y admiración a partes iguales, parece estar iniciando su ocaso, o directamente, como en el caso de las manic pixie dream girls, su muerte.
La conclusión de todo esto es la sensación de hastío que percibo a mi alrededor. Hastío por la política, donde ni siquiera la visibilidad de incontables casos de corrupción nos empuja a hacer una revolución. Hastío por la sensación de no tener tiempo para todo, ya que el mundo va más deprisa que nuestro cerebro. Apps, check-in, MT, drones, influencers, web gardeners, #instafood, datastage... Tenemos que saber de todo, ser válidos en todo y estar en todas partes hasta el punto de que ya no estamos dominados por el exceso de información, sino por la imposibilidad de reconocer que no sabemos algo.
La libertad de poder acceder a cualquier información no nos hace libres, sino esclavos, y eso tiene una consecuencia: que todo se está radicalizando. Cada vez hay más personas que son simples extensiones de sus iPhones. Incluso nuestros padres y abuelos, que hasta hace poco gozaban de un merecido descanso del bombardeo informativo, han entendido que tienen que subirse al carro del whatsapp para poder comunicarse con sus hijos y nietos.
Sin embargo, también hay cada vez más gente cansada del postureo informativo y tecnológico que les rodea, que buscan, como quien dice, volver a la felicidad más básica. Yo, poco a poco, me encuentro más cerca de este grupo. Ya estuve una vez, y se vive muy bien.
Esto trae a mi mente una reflexión que hizo otro amigo poco después: "¿No sería bonito volver a a época en que no existían estos móviles de ahora, sin estar tan permanentemente comunicados, y volver a tener que llamar a un teléfono fijo para hablar con alguien?"
A veces echo de menos esa época yo también. Y no solo yo. Hace unos tres años, salió un spot tailandés (¡nada menos!) que irónicamente se extendió como la pólvora por las redes. El anuncio nos animaba a desviar nuestra permanente atención del móvil a la gente que nos rodea en cada momento. Creo recordar que ese fue la primera señal de aviso de lo que hoy parece estar cuajando.
En todo este tiempo, ha habido un montón de artículos y vídeos que han apoyado esta idea: el retorno a lo natural. Sucede igual, por ejemplo, con las famosas campañas de Dove, donde se busca llegar al público femenino sin artificios sexistas, un concepto que este videoclip ha colocado en la categoría de pop. Incluso el comportamiento de la sociedad moderna, que genera mofa y admiración a partes iguales, parece estar iniciando su ocaso, o directamente, como en el caso de las manic pixie dream girls, su muerte.
La conclusión de todo esto es la sensación de hastío que percibo a mi alrededor. Hastío por la política, donde ni siquiera la visibilidad de incontables casos de corrupción nos empuja a hacer una revolución. Hastío por la sensación de no tener tiempo para todo, ya que el mundo va más deprisa que nuestro cerebro. Apps, check-in, MT, drones, influencers, web gardeners, #instafood, datastage... Tenemos que saber de todo, ser válidos en todo y estar en todas partes hasta el punto de que ya no estamos dominados por el exceso de información, sino por la imposibilidad de reconocer que no sabemos algo.
La libertad de poder acceder a cualquier información no nos hace libres, sino esclavos, y eso tiene una consecuencia: que todo se está radicalizando. Cada vez hay más personas que son simples extensiones de sus iPhones. Incluso nuestros padres y abuelos, que hasta hace poco gozaban de un merecido descanso del bombardeo informativo, han entendido que tienen que subirse al carro del whatsapp para poder comunicarse con sus hijos y nietos.
Sin embargo, también hay cada vez más gente cansada del postureo informativo y tecnológico que les rodea, que buscan, como quien dice, volver a la felicidad más básica. Yo, poco a poco, me encuentro más cerca de este grupo. Ya estuve una vez, y se vive muy bien.
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lunes, 20 de enero de 2014
viernes, 17 de enero de 2014
jueves, 9 de enero de 2014
Haz balance del año. Hazlo.
¡Hola a todos y feliz año nuevo, con un poco de retraso!
En 2013 volví a repetir el experimento (ya, tradición) del año pasado: colorear cada día del calendario en función del estado de ánimo con el que terminaba cada día. Los colores en esta ocasión, fueron:
Así pues, este ha sido mi año 2013:
Las principales conclusiones que saco son:
Comparando este año con el año pasado, saco varias conclusiones:
En conclusión, 2013 ha sido un buen año, pero siento que no he tenido las riendas completamente, y echo de menos las veces en que no me he preocupado por el futuro. La desesperanzadora actualidad política y social de España hace muy difícil apuntalar los sueños que no hace demasiado aún tenía. ¿Qué será de este 2014? Pues a verlas venir.
En 2013 volví a repetir el experimento (ya, tradición) del año pasado: colorear cada día del calendario en función del estado de ánimo con el que terminaba cada día. Los colores en esta ocasión, fueron:
- Rojo: para los días buenos (o los normales).
- Azul: para los días malos.
- Gris: para los días muy malos, casi dramáticos.
Así pues, este ha sido mi año 2013:
Las principales conclusiones que saco son:
- De nuevo, no ha habido días grises. Eso ya hace que sea un buen año. Eso sí, este año he tenido la sensación de pasar de puntillas entre los muchos dramas que han afectado a varios amigos míos. Virgensica, que me quede como estoy.
- De los 365 días del año, 66 han sido malos y 299 buenos. Eso supone un 18% de días malos del año, es decir, 5,5 días malos al mes.
- El periodo más largo de días buenos ininterrumpidos fue desde el 4 de agosto hasta el 1 de septiembre, 29 días.
- El mes con más días malos ha sido junio, con 9 días, casi un tercio del mes. Una ciclogénesis de causas personales hizo que fuera un mes difícil.
- Igualmente, en junio se da el único período del mayor número de días malos consecutivos: 3.
- Los días de la semana con más días malos han sido los martes y los miércoles, con 12 días cada uno. Intuyo que el motivo se debe a que en mi ex-trabajo las cosas iban a peor, y me costaba arrancar la semana.
- Sigo sin ser un gran fan de los fines de semana, porque hay 10 sábados y 10 domingos malos (frente a 11 y 14, respectivamente, en 2012), con dos fines de semana completos malos (igual que en 2012).
Comparando este año con el año pasado, saco varias conclusiones:
- ¿Ha sido 2013 un mejor año, si ha habido menos días malos que en 2012? Pues no sabría decirlo. Empecé el año teniendo cierto trabajo, viviendo en cierto piso, etc. y ahora han cambiado todas esas variables. Quizá el final del año me ha dejado un regusto amargo, especialmente en lo laboral.
- Junio ha sido, comparativamente, el peor mes en 2012 y 2013. Dejémoslo en que el solsticio de verano me afecta.
- Los días malos han estado más repartidos durante 2013. Por eso, pese a haber sido un mejor año, la sensación de desilusión ha estado más extendida.
- Mi gran error: no me marqué apenas objetivos, y eso es algo que he arrastrado durante todo el año con una sensación de ser arrastrado por el destino. Así que en este 2014, ya me estoy planteando nuevos objetivos.
En conclusión, 2013 ha sido un buen año, pero siento que no he tenido las riendas completamente, y echo de menos las veces en que no me he preocupado por el futuro. La desesperanzadora actualidad política y social de España hace muy difícil apuntalar los sueños que no hace demasiado aún tenía. ¿Qué será de este 2014? Pues a verlas venir.
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